Algún día serán tus manos y las mías
casa de nuestros hijos.
Podremos andar para ese entonces descalzos
sin miedo al sol que quema los ladrillos
enloquecidos por las raíces de los árboles
y ya dejaremos de hablar en voz tan baja.
Al entrar en la oscuridad
lo haremos con profundas heridas
de luz en la vista.
Sólo de hoy quedarán
nuestras manos como haciendo punto de partida o promesa.
Y cumpliremos.
Cumpliremos como gotas interminables sobre las rocas inhumanas.
Luis Alvarenga
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